«Dibujar es mi práctica más íntima. Se establece entre yo y yo, y es la manera que tengo de hacer salir lo que hay en lo más profundo de mí, sin tener que darle formas codificadas por los otros. En cambio cuando escribo tengo que acudir a los códigos de los demás, que deben participar en mi escritura.»«Escribo para los demás, dibujo para mí. Y de ahí salen tantas cosas... Por eso lamento tanto que la gente deje de dibujar tan pronto. El dibujo es muy importante porque no se puede calificar, no se puede encasillar, es difícil decidir si está bien o mal. No hay bien y mal en el dibujo. Sólo el propio dibujante puede decir, acaso, si consiguió lo que pensaba. Creo que la gente no está familiarizada con el dibujo, y piensa que hacerlo bien es hacerlo como los otros. Y en cambio los que dibujan bien son, precisamente, los que se inventan su propio lenguaje. Me gustaría decir a todo el mundo que es posible hacer lo que uno quiera, si quiere.»
EL PAÍS: Usted, Topor, ha creado una escuela cruel.
Roland Topor: No, yo no he sido. Esta manera de dibujar y pensar es fruto del tiempo. Vivimos rodeados de esa particular imagen de la felicidad: encendemos el televisor, vamos al cine, salimos, y ahí está, todo felicidad. No hay vísceras ni humores. Los héroes de la publicidad no manchan la ropa de sudor, no van al WC, no tienen sangre. Esta civilización sin humores es muy agresiva para la gente. Porque la gente sí mancha su ropa y sí tiene vísceras. Negarlas es someterse a violencia.
Mucha gente ha sentido la misma revuelta que yo y hace parecidas cosas. Y esto ocurre en Estados Unidos y en Polonia, en Francia y en la Unión Soviética. No, yo no he creado una escuela de eso que llamanhumor negro. Ha sido la agresividad de la cultura oficial y del contexto en que vivimos.
EL PAÍS: Topor perteneció al Grupo Pánico, ese grupo de extranjeros en París, en el que se unían Arrabal, Jodorowsky, Diego Bardón, a veces Jerome Savary, para dinamitar el entorno cultural, fuera cine, teatro o pintura o literatura. ¿Qué fue el Grupo Pánico?
R. T.: El Pánico es un grupo que no existe. Es una idea, un sueño de grupo. Y no es un grupo porque no nos gustan los grupos, pero lo inventamos para probar que todavía funcionan los grupos.
La gente tiene conciencia de grupo, le gustan mucho los grupos. Todavía hay gente interesada, por ejemplo, en montar exposiciones del Grupo Pánico... Es porque la historia del arte es una enfermedad, y habiendo un grupo nos pueden meter en la historia, que es lo que les gusta. Yo creo que no hay historia en el arte. Creo que hay evolución, pero no progreso. Y la historia en arte a lo más que llega es a explicar cuándo pasó la gente o las cosas.... pero Velázquez no es peor que Goya porque ocurriera antes, a ver si me explico. Los dos son posibilidades del espíritu humano, que en cada caso ocurrió que seencontraron... Ahora, para que se considere cualquier arte como importante hay que encontrar su historia. Pues bien, yo sigo pensando que el arte está en otro terreno.
EL PAÍS: Sin embargo, no creo que se pueda entender Topor sin el surrealismo.
R. T.: Pues yo me siento más cercano a sus precursores. Y te podría dar una lista bien larga de nombres, desde Goya, desde el Bosco, desde Blake. Los surrealistas han dado un nombre a todo esto y lo han limitado. No digo que sean malos -hay maravillas entre los surrealistas, hay muchas cosas que me gustan-, pero han dado la idea errónea de que lo fantástico - visceral es histórico. Han inventado esa palabra y la gente se ha quedado muy contenta. Creo que los surrealistas son importantes, pero Goya o Blake se limitaron a pintar y no tenían por qué dar una receta. En este sentido, a mí lo que me interesa es el cuerpo humano, y la posibilidad de enfermedades, las mil exageraciones de su uso, y etcétera. Pero ésta no es la única posibilidad.
EL PAÍS: ¿Y Artaud?
R. T.: Artaud era un tonto genial. Me interesó. Ahora sólo me queda cierto interés por la gente que habla de Artaud. Es demasiado serio.
EL PAÍS: ¿Demasiado serio? Usted ha dicho que no le gusta que se hable del humor de sus dibujos.
R. T.: Es que cuando hablamos de humor estamos forzados aún a hablar de algo inglés. No me interesa el humor. Me interesa el burlesco, el grotesco, no el humor. Yo creo que esta palabra, humor, ha tenido tanto éxito porque toda la Europa mediterránea se enamoró del fantástico, elegantísimo, impasible y je, je, je lord inglés. El humor es una cuestión de standing. Ahora que son más pobres, los ingleses son mucho menos humorísticos. Los verdaderos humoristas son los suizos.
EL PAÍS: Yo no consigo verle la gracia a los suizos.
R. T.: Pero estará de acuerdo conmigo en que un lord inglés justifica esa pasión amorosa de la pobre Europa. Es la mejor idea de un hombre, de un verdadero hombre. Con sus domésticos, y sus monoculos, y esa elegancia inglesa. Los ricos meridionales son burdos y gritones, y no tienen charme ni gusto. En cambio los ingleses...
EL PAÍS: ¿Qué es el cine para Topor?
R. T.: He hecho mucho cine, hubo una época en que me interesó mucho, pero ahora ya me interesa menos. Es muy frustrante, porque es una industria. Tienta al artista con ese señuelo del gran público, de la posibilidad de hablar con mucho más público que desde el libro escrito o desde el cuadro. Pero en cambio lo que se puede decir es mucho menos. Es una lástima: el proyecto cinematográfico, cuando empieza, es lo más exaltante que hay. En cambio, cuando se acaba es para llorar... Hablo del cine en Francia. Yo he hecho cine con Leloux y con Arrabal, con Jerome Savary y con Polanski, y voy a seguir haciéndolo.
Trabajé con Fellini, en Casanova, y fue muy interesante para mí ver su lucha por conseguir plasmar lo que sentía en medio de esa terrible dominación de las razones comerciales.